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El amor es un perro infernal (después de un trágico 14 de febrero)

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Por: Eduardo GARCÍA GARCÍA

Estás ahí. En cuanto te veo sé que te amo. Entonces, mi corazón se acelera, la sangre me sube a la cabeza y me inunda una oleada de calor y emoción. De pronto dejo de prestar atención a cuanto me rodea y sólo tengo ojos para ti. ¿Qué me sucede? ¿Pasión, sentimiento, locura? No, sólo es amor. ¿Pero qué sucede cuando noto que para ti, que eres la única razón de mi existencia, sólo soy un ser despreciable; un ser que únicamente merece tu desdén y a quien hay que mirar como si fuera portador del ántrax? Lo que me queda es vociferar mi desgracia por la mala suerte de sufrir esta pasión tan mal correspondida. Y lo elemental como primordial para depurar el alma adolorida: una botella de ron barato, un six pack de cerveza fría y una buena dosis de música (de esa que duele y te arranca la nostalgia con ardor para ver “a qué sabe tu olvido”). Entonces me la paso de la jodida, bebiendo y llorando por ti, por lo ingrata que eres y porque te has convertido en el menos posible de mis amores imposibles (¡Cómo sufro por vía de Dios!).

Si bien este asunto del amor no tiene mucha explicación lógica, tratar de interpretar lo que sucede ante su ausencia, es peor. Ya lo decía El Marqués de Sade: “En el amor todas las cumbres son borrascosas”. Y lo mejor de eso es la visión trágica de Denis de Rougemont: “La perfección del amor es morir por amor”. Si este sentimiento paradójico por excelencia, a la vez que es éxtasis es tormento y al tiempo que proporciona libertad da esclavitud. ¿Por qué tropezamos una y otra vez? Nadie lo sabe. Los filósofos y los científicos no han dejado de generar escritos tratando de interpretarlo en palabras pero es imposible. De ahí la gran cantidad de conceptos que existen, como el de la escritora Nadien Creshaw, quien decía que el “Amor es que te lleven al excusado a vomitar”. O bien el del extraordinario cantante-poeta Leonard Cohen, que ha dicho que  “El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males”. ¡Oooh, eso duele!

El verdadero rostro del amor
El verdadero rostro del amor

Sin embargo, que el amor se vaya por la cloaca es más frecuente de lo que uno pudiera imaginarse. De otro modo, todos nos casaríamos con nuestra primera novia y nos quedaríamos con ella, felizmente, “hasta que la muerte nos separe” (¡qué horror!). Pero hay muchas cosas que pueden ir mal –incompatibilidad física, diferencias intelectuales, dificultades políticas, infidelidad, la suegra-. Y la lista es larga: para él, la noche es el momento indicado para el cachondeo, ella prefiere el mañanero; a él le gustan las fiestas, ella las odia; ella fuma y se embriaga, él no; él dice sí, ella no. En fin, hay muchas razones para terminar una relación amorosa y llorar y llorar. ¿Quién no ha sido pisoteado por un amor imposible? Virtualmente todos nosotros hemos vivido la desilusión y la tristeza que dejan los rompimientos amorosos y para nadie ha sido fácil sobrellevarlos. Frecuentemente necesitamos ayuda para resistir los dolores que estos malogrados amoríos provocan. Reiteradamente aliviamos las penas al escuchar, ver o leer las tristes experiencias de otros abandonados. Y suele ser reconfortante saber que alguien más sufre lo mismo que nosotros.

Las noches me saben a puro dolor

Y sin lugar a dudas, los compositores e intérpretes de música popular han sido, a lo largo de la historia, quienes mejor han reflejado el romance y sus altibajos. Algunos de nuestros más grandes inspirados y cantantes se han encargado de darnos el golpe mortal cuando la desesperanza nos está jodiendo. Son el mejor vehículo del desamparo amoroso. Si eres un abandonado, un perdedor o un necio enamorado de mujeres inaccesibles, a las que inútilmente veneras, qué mejor que sufrir con dignidad al ritmo de Frank Sinatra, un hombre del que nos sentimos cerca, porque ya nos ha sucedido lo mismo que a él, o sabemos que muy pronto nos sucederá. Y es que Sinatra fue un hombre con más de una noche solitaria y la habitación humeante de tabaco. Y el corazón hecho trizas una vez más. Nadie mejor que él le cantó a la desolación, la tristeza, la falta de amor, la pérdida de las ilusiones, el paso del tiempo. Durante años, en las portadas de sus discos, se le veía siempre con su uniforme de perdedor o de un moderno héroe atormentado: semblante serio, triste, gabardina al hombro, sombrero ladeado, cigarrillo en la boca, y apoyado en la solitaria farola de una calle oscura. Sinatra no sólo es el cantante esencialmente masculino -una vulnerable masculinidad-, también es el cantante nocturno por antonomasia. Los dieciséis temas de su clásico álbum In The Wee Small Hours son las estaciones de un viaje sin retorno al fondo de la tristeza humana. Son el vía crucis del amor perdido. Se le seca a uno la garganta oyendo este disco, que debe escucharse a solas, en la oscuridad y con una copa de whisky en la mano (¿recuerdan la magnífica I’ve Got You Under My Skin?). Por igual, uno sufre en verdad cuando escucha, en su tono hermoso y delicado, al malogrado Chet Baker interpretar I Fall In Love Too Easily y Born To Be Blue; o a Miles Davis y su melancólica How Deep Is The Ocean. ¡Ooooooooh! ¿Qué me dicen de la extraordinaria Billie Holiday, cuya vida se vio oscurecida por las drogas, los hombres inadecuados y otras desgracias? Con el paso de los años, su forma de cantar perdió la luminosidad de los primeros años. Entonces eligió canciones llenas de desesperación, melancolía y tristeza, que la situaban como una víctima. Ahí tenemos para deprimirnos y sufrir intensamente temas del calibre de Lover Man, Solitude, Good Morning Heartache, That Ole Devil Called Love y Ain’t Nobody’s Business If I Do.

Pero si lo que quieres es sollozar en un tono quejumbroso y al estilo Jalisco, ahí tenemos a Pedrito Infante, tan enamorado y tan mal correspondido, limpiándose el alma mientras canta “pasaste a mi lado, con gran indiferencia, tus ojos ni siquiera voltearon hacía mí” (Cien años); para vitorear nuestra desgracia por “la que se fue”, nada mejor que oír al gran José Alfredo canturrear, en el rincón de una cantina, Tu recuerdo y yo o El último trago, que convocan a la angustia. Y si quieres seguir lloroso no olvides sufrir con los lamentos de Chente Fernández al cantar, con suavidad y brillantez: De qué manera te olvido, Cuánto te debo, Si no te quisiera, de 7 a 9 o Renuncia (“Hoy mi renuncia es irrevocable, no volveré a desear tu compañía, no volveré te lo juro vida mía, aunque me muera no volveré a buscarte”). ¡Ay dolor ya me volviste a dar!

El caso es que para las almas atormentadas por la soledad y la falta de amor, nunca nos faltarán las melodías que nos guíen por el camino de las lágrimas, los arrobos y las exasperaciones. Y las hay en todos los géneros: Balada tropical (Lamento de amor, con el gran Rigo Tovar); balada romántica (Detalles de Roberto Carlos; Si no te hubieras ido, con Marco Antonio Solís; A puro dolor de Son By Four; Morir de amor, con Charles Aznavour; o algunos temas clásicos de Los Ángeles Negros como Ayer preguntaron por ti, Tu recuerdo o Déjenme si estoy llorando); Soul (When A Man Loves a Woman, en la fina versión de Percy Sledge); Blues (Still Got The Blues, de Gary Moore o Crazy de Patsy Cline); Balada pop (En carne viva de Raphael, Si tu no vuelves y Morir de amor de Miguel Bosé; Mi historia entre tus dedos, con Gianluca; Amargo adiós, con Inspector; Un día más sin verte, de Jon Secada; Vivir sin aire, de Maná; Lágrimas negras, con El Cigala; y tres de mis favoritas: Lo noto y Si no te tengo a ti, de Los Hombres G; así como Tardes negras de Tiziano Ferro); grupera (Total que más da, Oro, Aunque no me quieras, de Bronco; La más deseada de Valentín Elizalde). Por supuesto, también existen temas desconsoladores interpretados por grupos góticos al estilo The Cure (Love Song).

En fin, admitámoslo, cuando el amor apesta, todo se va a la jodida. Y cuando sucede, qué mejor que tener a la mano, además del chupe, nuestra colección de canciones para abandonados en donde la esperanza no tiene cabida, como lo canta Ricky Nelson en la maravillosamente triste Lonesome Town. ¡Sniff!  Maldito San Valentín.

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