Por: CATÓN
Don Papandujo había perdido todos los dientes. Sin ellos no podía hablar bien: farfullaba, tartajeaba, y espurriaba con su saliva a los que estaban cerca. Decía: “Esta tarde follo”, y sus amigos se admiraban, pero en verdad quería decir: “Esta tarde pollo”. Un día fue con un odontólogo, y éste le hizo una placa dental que le quedó muy bien. Esa misma noche decidió sorprender a su esposa. En la oscuridad de la alcoba se acostó a su lado y empezó a castañetear los dientes a la manera de las más consumadas crotalistas -digamos Sonia Amelio o Pilar Rioja-, primero por malagueñas, después por siguiriyas, peteneras y soleares. Despertó la señora con el ruido de aquellas singulares castañuelas y dijo, adormilada: “Ya vete, que no tarda en llegar el chimuelo”… Siempre he sentido un santo horror por las matemáticas. Mea culpa. Sé que esa ciencia es, a más de indispensable, bella. A pesar de mi deficiente formación he alcanzado a percibir su perfecta armonía, su exacta completud. Pero me tocó la desgracia de tener malos maestros, de esos que creen ser muy sabios porque reprueban a sus estudiantes -en ocasiones a todo el grupo-, y esa estúpida soberbia me causó un trauma que nunca he superado. Entiendo que sin las matemáticas no se puede vivir, y reconozco que los números están presentes en toda nuestra vida. (O casi, pues sé de momentos deleitosos en que los números no cuentan, al menos hasta donde me he dado cuenta). Soy, sin embargo, un viejo profesor que estuvo 40 años en las aulas, y pienso que aun las matemáticas pueden ser enseñadas en modo ameno e interesante, para no hacer de ellas un tormento que ensombrece la vida de los jóvenes y representa a veces obstáculo insalvable en su desarrollo escolar. Para mostrar tal cosa propongo un problemita que desde luego los matemáticos resolverán al punto, pero que para nosotros los profanos puede resultar interesante. Helo aquí. Juan, Pedro y Antonio tienen, respectivamente, 20, 30 y 40 manzanas. Los tres le fijan a sus manzanas el mismo precio, y sin embargo los tres reciben por la venta la misma cantidad: 100 pesos. ¿Cómo está eso? Diré en seguida la respuesta, pero antes hablaré de otro problema… La imagen de Enrique Peña Nieto ha sido empañada por un problema grave: la falta de transparencia en su administración y en algunas de sus acciones personales. Tal es el caso, ya tristemente célebre, de la llamada “Casa Blanca”. Pienso que el Presidente es un hombre bien intencionado que está poniendo lo mejor de sí mismo para servir a México y a los mexicanos. No ha logrado, sin embargo, convencer a la ciudadanía, que reprueba con acritud -y con razón- el hecho de que el Presidente haya encargado a un amigo que investigue su conducta y dictamine acerca de ella. No vivimos ya los tiempos del presidencialismo absolutista. Hay una nueva sociedad, cada día más alerta y vigilante, cuya voz se escucha a través de las redes sociales. Los gobernantes deben oír esos reclamos. El poder no los pone por encima de la ley, y tampoco los libra de eso que todavía se llama la opinión pública, que ahora es más pública y más opinante. Si Peña Nieto escucha más a la gente común y atiende en mayor medida sus demandas podrá mejorar su imagen y llegar al término de su gestión en condiciones más favorables… Va ahora la respuesta al problema que propuse arriba. Juan tiene 20 manzanas; Pedro tiene 30, y 40 Antonio. Los tres las venden al mismo precio, y obtienen por ellas la misma cantidad: 100 pesos. ¿Por qué? Respuesta: los tres vendieron sus manzanas a 20 pesos la docena y 10 pesos la manzana suelta. Veamos. Juan, con 20 manzanas, recibió 20 pesos por una docena de ellas, y 80 pesos por las ocho restantes. En total 100 pesos. Pedro, con 30 manzanas, recibió 40 pesos por dos docenas de ellas, y 60 pesos por las otras 6. Total 100 pesos. Antonio, con 40 manzanas, obtuvo 60 pesos por tres docenas, y 40 pesos por las restantes cuatro. Total 100 pesos. He ahí la solución al problema de las manzanas. (Nota: según me han dicho puede hacerse también con naranjas. Sin embargo no lo he comprobado)… FIN.