Por: Rafael CARDONA
Desde cualquier ángulo posible la pifia de inventar una conspiración para después erigirse como oportuno descubridor y víctima de ella, ya ha dado sus frutos. Y ninguno es agradable ni sano para la República.
La primera consecuencia ha sido escriturar la polarización después de haber convocado a ella. Todo en 2 días.
El papelucho en el cual se llama a defender a la patria mediante un imaginario bloque opositor de notoria amplitud, de hecho define a los enemigos. Si no lo eran, al quedar públicamente señalados y expuestos por el presidente erigido en fiscal, se han convertido en adversarios formales. Lo quieran o no.
La segunda consecuencia es autorizar con una clarinada mañanera, el linchamiento de los “conservadores”, como se advierte en las fanáticas redes sociales.
La tercera: la polarización ya tiene acta constitutiva sin posible marcha atrás. Los vientos de la discordia ya no son un riesgo, son una policía presidencial intensamente expuesta y defendida como plataforma ética de la reconquista nacional. Y eso es, además de falso, peligroso.
Este gobierno vivirá todos los días de su ejercicio presidencial, sometido a las presiones bipolares, cuya imprudencia ha creado, alentado, cultivado y dejado crecer.
Todo para garantizar una permanente mayoría en la próxima Cámara de los Diputados y en los Estados donde se renovará el Ejecutivo y otros cargos más.
No se trata de una disputa por el poder, es –en realidad–, una disputa por el alma nacional y si mucho apretamos, una lucha hasta por la historia, la gastronomía, los hábitos de consumo y las nociones de austeridad y felicidad.
Los tiranos siempre quiere adueñarse de una Nación. El iluminado sólo quiere un país a su imagen y semejanza. La redención sólo se consigue con el ejemplo y la conducta, por eso la división es tajante: yo y yo. Y luego, el diluvio.
Todos deberíamos vivir sin cuentas bancarias ni propiedades (tengo el fruto de mi herencia y he heredado en vida mis otros bienes) con un solo par de zapatos; un auto utilitario y ningún peso en la conciencia ni en la bolsa.
Sin mentiras ni traiciones, ni el Coronavirus prospera.
No importa si para lograrlo se derruyen las instituciones del Estado. Si Notimex me sirve a mi; no importa si no le sirve al país. Así seguirá. Si la Comisión de Derechos Humanos es un estorbo y un aparato salinista de sabihondos del Derecho alejados del pueblo, la derribo bajo el disfraz de una Procuraduría de Pobres con una psicóloga sin luces al frente.
La polarización no será un fenómeno estacional.
Se quedará como la epidemia del dedo y el anillo. La mortandad nacional por el Coronavirus excede los peores momentos de la violencia; trescientos, cuatrocientos cadáveres al día. No importa; leamos el BOA.
Todo es culpa de la ciencia neoliberal. Todo es consecuencia del mal manejo sanitario de hace tres, cuatro o cincuenta años. Por eso hoy no hay solución.
Contra la división y el encono tampoco hay vacuna y el contagio se esparce por las redes con insistencia y velocidad.
Pero la palabra es poderosa y todo lo resuelve. Ninguna epidemia resiste cuatro o cinco o seis horas cada semana con fervorines moralizantes o simplonas clases de historia. Contra la enfermedad nacional, dos discursos cada 12 horas. De ser necesario, aumente la dosis.
Pero el punto inicial de esto es la división entre un liberalismo exclusivo y un conservadurismo adjudicado a los opositores. ¿Para qué dividirnos como si aun fuéramos los bandos en pugna en el liberalismo restaurador del Siglo XIX.
Sin conservadores, Juárez no había tenido enemigos y sin adversarios no habría sido vencedor ni ejemplo. Si ya no hay conservadores, de nada valdría ser liberal. Por eso se deben sacar de la sepultura las banderías encontradas y enconadas.
De otra manera no se puede ser como Juárez.
Todo este pensamiento es un enredo atroz. La mezcla de pobrismo indigenista con la moralina ahorrativa de la falsa austeridad de franciscanos –dinero para comprar feligresía– no cabe en los tiempos actuales. Pero sí tiene lugar en el reino del hombre próvido cuya mano generosa ofrece comida al hambriento y agua al sediento.
Y mientras se ruega a Dios se atiza con el mazo.
Los enemigos van cayendo uno a uno, como le ha sucedido al erróneamente audaz, Enrique Alfaro, ahora habitante del este del paraíso. Para siempre.
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